Comúnmente hemos escuchado hablar de los términos "cine de autor, independiente o de arte" en oposición al denominado "cine comercial" que representa la industria hollywoodense y hemos pensado que uno es sinónimo de calidad mientras que el otro es mera parafernalia sin contenido ni preocupaciones sociales. Nada más lejos de la realidad.
El cine de arte ciertamente carece del gran presupuesto que Hollywood otorga a sus filmes comerciales, pero dicha limitante en cuanto a la producción no es sinónimo de una gran historia ni grandes actuaciones. Existen muchos filmes pretenciosos que nada aportan a la cinematografía, pues parten de clichés, ideas ya expuestas en estupendos filmes y que se van desgastando con las malas copias que algunos directores (ya sean neófitos o expertos) realizan. Después de todo, ¿cuántas veces más podremos soportar los espectadores esos melodramas familiares de la clase media que, salvo algunas excepciones (Interiores de Woody Allen, Felicidad de Todd Solondz), tienen idéntico tratamiento? ¿Deberemos seguir aguantando esa idea de que "austero" es igual a "chafa", como sucede con varias películas mexicanas que se escudan en la falta de apoyos económicos para justificar que ni siquiera sepan manejar una cámara? ¿O tendremos que continuar sufriendo con la falta de guión y exceso de improvisación (Peter Greenaway hizo grandes filmes: El contrato del dibujante, El cocinero, el ladrón, su esposa y su amante, El bebé de Macón, pero ya no soporto ver sus últimos producciones, son carentes de historia, de guión) y la egolatría de los cineastas? Entretenimiento y profundidad no son opuestos, que una película resulte entretenida no quiere decir que sea superficial, si lo dudan, vean las películas de Guillermo del Toro.
Por otro lado, el que una película sea de manufactura hollywoodense no implica que esté hecha para retrasados mentales. Cierto es que abunda la idiotez (saludos a Michael Bay y Roland Emmerich), pero directores como Ridley Scott (Alien, Blade Runner, Leyenda, Thelma y Louise, Gladiador), Alan Parker (Expreso de medianoche, Pink Floyd: the wall, Corazón de ángel, Mississippi en llamas) han sabido mantenerse en el circuito de las grandes producciones sin que sus películas sean calificadas de malas (con algunas excepciones, claro está). Asimismo, cineastas como Quentin Tarantino (Perros de reserva, Pulp Fiction, Kill Bill, Bastardos sin gloria) y Danny Boyle (Trainspotting, Tumba al ras de la tierra, Quisiera ser millonario) son respetados representantes del cine de autor y no sacrifican el entretenimiento en sus cintas.
El cine no se divide en cine de autor y cine comercial, ni en películas nacionales y extranjeras, se divide en bueno y malo. Es todo.
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